Stock de coque (1958) - página 22
La incredulidad del capitán Haddock no cambiará nada. El tráfico de seres humanos existía aún en el siglo XX. Y también en el XXI, por desgracia. Stock de coque pone de manifiesto las prácticas escandalosa de los esclavistas de los tiempos modernos. Como en otros asuntos graves, Hergé fue sensible a esa dramática situación y la trasladó a una ficción de gran actualidad.
En la literatura clásica, no es nada corriente ver que una obra comienza por el fin; en un cómic clásico, una historia que empieza con la palabra FIN, no es habitual tampoco. Es de este modo, sin embargo, que Hergé empieza la aventura de Stock de coque.
El lector se convierte aquí en una especie de mirón, de espectador privilegiado de un escena de tintes dramáticos a la que el dibujante nos invita. El movimiento de las olas verdes y blancas contrasta fuertemente con el estatismo de la gran superficie negra que forma el fondo de la ilustración.
Las letras blancas del título acentúan aún más este dramatismo sugerido por el autor. Una cubierta de álbum que no pasa nada desapercibida, un éxito en el género.
La ilustración de la página del título es acertada, nos mete instantáneamente en el meollo de la acción; el lector comprende que se trata de una acción con tintes dramáticos. La decodificación es simple: el carguero Ramona es el blanco. Los anteojos y el periscopio harán que las pasemos negras, el combate naval no está lejos, los torpedos tampoco. Este encuadre tan particular, delante un plano negro y un recorte en círculo, no nos anuncia nada bueno.
La cubierta del álbum dice ya mucho de la gravedad de ciertas situaciones. Felizmente, como siempre con Tintín, todo acabará bien.
Al salir del cine en compañía de Tintín, el capitán Haddock topa con un viejo conocido, el general Alcázar. El choque le hace perder su cartera. En esta, unas fotografías de aviones de caza…
Deseosos de devolvérsela a su propietario, nuestros amigos constatan que les ha mentido sobre su lugar de residencia. Se enteran también de que ha viajado para comprar los aviones para derrocar a su rival, el general Tapioca. Este reencuentro inesperado en la esquina de la avenida del Toisón de Oro (Bruselas) les proporciona a los lectores el único croquis, y de bastante buena factura, realizado por Tintín.
Stock de coque detenta un récord: el del álbum en que reaparecen el mayor número de personajes secundarios aparecidos en las aventuras precedentes: el general Alcázar (y su rival), Abdallah, Mohamed Ben Kalish Ezab (y su rival), el doctor Müller, Oliveira da Figueira, Rastapopoulos, Serafín Latón y la Castafiore, Allan Thompson, Néstor, Dawson…
Piloto estonio, mercenario del parche en el ojo, el chico no tiene nada de antipático. Por cierto, Hergé le hará reaparecer en Vuelo 714 para Sidney. Suscitará un nuevo insulto de Haddock: ¡especie de ametrallador con babero!
En un café situado no muy lejos del supuesto hotel de Alcázar, Tintín pide dos vasos de agua mineral. Los médicos os lo dirán, es aconsejable beberla porque sus sales contienen elementos beneficiosos para la salud. Pero el capitán Haddock desea evidentemente otro tipo de bebida y como no ha tenido ni voz ni voto, aprovecha la ausencia de Tintín, que se ha ido a llamar por teléfono.
Si este último estuviera tan atento como el lector, se habría dado cuenta que a su vuelta hay un vaso de más en la mesa. No parece que contenga agua…
El guepardo, por más que sea ultrarrápido, feroz y de una flexibilidad increíble, no da la… talla ante una piedra grande proyectada violentamente sobre su cráneo. Para el imponente felino no hay ninguna duda de que Milú es el más fuerte.
Incapaz de entender lo ocurrido, atribuye este doloroso incidente a la acción del fox terrier. ¡Si supiera! Pero es demasiado tarde, ¡el animal está íntimamente convencido de la supremacía del valiente perro!
Cuando Allan plantea la famosa pregunta al capitán Haddock, la de dormir con la barba por encima o por debajo de las sábanas, es totalmente consciente del problema que le va a provocar a su interlocutor.
Bajo ese pedazo de bruto se esconde un fino psicólogo, capaz de desestabilizar a su adversario con simples palabras, ¡pero qué palabras!
Un tiburón que engulle una mina, eso no pasa nada desapercibido. Tanto más cuando explota. Un bocadillo rojo que ocupa casi todo el espacio disponible de la parte superior de la viñeta lo atestigua: el ruido parece ensordecedor. Alrededor del mismo, un abanico de signos de interrogación.
Se adivina sus procedencias: un hidroavión de la US Navy, el crucero Los Angeles, el carguero Ramona y el submarino del marqués de Gorgonzola, alias de Roberto Rastapopoulos. Prácticamente los cuatro puntos cardinales en signos de puntuación. Había que hacerlo y ¡Hergé lo hizo!
En los años cincuenta, numerosos diarios y revistas consagraron largos artículos a las proezas y descubrimientos de los científicos y exploradores en misiones por todo el mundo. A semejanza de los Paul-Émile Victor, Jacques-Yves Cousteau y Haroun Tazieff, el nombre del doctor Alain Bombard capta la atención de Hergé. El científico y el artista simpatizaron e intercambiaron correspondencia. Al final, Alain Bombard se ganó el derecho en la página 36 de Stock de coque a una viñeta de formato sorprendente, que se hace una referencia directa a su famoso régimen de supervivencia.
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