Los Fernández - La isla Negra (1938)
Si eres de los que temes los desastres, ¡no se te ocurra leer lo que sigue! ¡Retratos de dos expertos en líos, desórdenes, pifias, desbarajustes, barullos, perturbaciones, confusiones, tergiversaciones y deslices!
Presentes en 20 de los 24 álbumes de Tintín, protagonistas de una serie y actores principales de dos obras de teatro, los Fernández son mucho más que un par de papeles secundarios: ¡son un eslabón esencial en la saga inventada por Hergé! En 1932 dos agentes de policía querían detener a Tintín, enfrascado en las peripecias de las aventuras suscitadas por Los cigarros del faraón. En la primera edición en blanco y negro solo tenían un nombre en clave: X33 y X33bis. Se les puede identificar por sus bigotes; el de Fernández (X 33) es recto mientras que el de Hernández (X-33bis) se curva hacia el exterior.
Dales una misión y liarán una situación ya de por sí complicada.
Aunque deberían actuar con cierta discreción, solo se les ve a ellos. Valientes, aunque no temerarios, llegan a asustarse hasta de su propia sombra ?¡o de sus radiografías, como en Aterrizaje en la Luna!?.
El padre de Hergé, Alexis Remi, tenía un hermano gemelo, Léon. Auténticos gemelos: ambos lucían bigote y se vestían de forma idéntica. No salían nunca de casa sin un sombrero de paja o un bombín. ¡Por no hablar de un bastón o un paraguas! Si Alexis y Léon eran hermanos, los Fernández no lo son. Uno se llama Hernández; el otro, Fernández. Si fueran hermanos, ambos apellidos se escribirían de la misma forma. ¿Gemelos? No. Sosias, ¡sí!
Unos policías vestidos con traje negro, camisa blanca y corbata negra, bombín y botines con clavos y armados con un bastón: ¿ha existido eso realmente?
¡Pues sí! Fíjate en las fotos de principios del siglo XX. Los policías «de paisano», franceses y belgas, vestían un traje negro que se convirtió en una especie de uniforme. ¡No pasaban desapercibidos!
¿Por qué un atuendo tan fácil de identificar? En ese momento, los inspectores de policía recibían una compensación muy escasa por su «ropa de faena», que tenían que procurarse ellos mismos. Al ser la tela sólida de color negro la más barata, la mayoría de ellos adoptaron la vestimenta de ese color, así como los resistentes botines de clavos. En cuanto al bigote... ¡les daba empaque! Solo hay que fijarse en el Agente 15, que apareció en los gags de Quique y Flupi en 1930, dos años antes de los Fernández. Sin lugar a dudas, su bigote es el antepasado de los de nuestro par de sabuesos.
Hergé fue un apasionado seguidor de la naciente industria cinematográfica. No ocultaba su admiración por el humanismo burlesco, el cómico sin maldad y el ritmo narrativo impuesto por Charlie Chaplin en sus películas. Fíjate en que la mayoría de los agentes que se meten con Charlot lucen un bigote abundante...
Y si hubiera que colgar a los Fernández de un árbol genealógico, seguramente encontraríamos en él a Laurel y Hardy. ¡El mismo bombín, las mismas caras arrepentidas del niño pillado con las manos en la masa!
Los Fernández forman parte integral del mundo de Tintín ya desde 1932. Y posteriormente, fueron además los héroes de una serie escrita por Paul Kinnett e ilustrada por Hergé: Hernández y Fernández, detectives. Este texto ilustrado apareció en 1943, en las páginas del diario Le Soir.
Hergé y Jacques Van Melkebeke escribieron, por su parte, dos obras de teatro en 1941: Tintín en la India (o El misterio del diamante azul) y La desaparición del Señor Boullock.
.... Y, sin embargo, no será porque no le ponen buena voluntad. El problema con los Fernández es que, cuanto más desapercibidos quieren pasar, más se les ve.
A través de los disfraces de los Fernández, Hergé se burlaba afectuosamente de los prejuicios que despertaban en la mayoría de sus contemporáneos los países lejanos. ¡Antes de la década de 1960 no se viajaba mucho! Una de las constantes de la obra de Hergé era la de derribar prejuicios. Con un arma formidable: el humor.
Unos cuantos ejemplos. Al principio de Tintín en el país del oro negro, los Fernández experimentan el sabotaje de los combustibles: su motor hace ¡bum!, como el corazón de Charles Trenet en una de sus famosas canciones. En el mismo álbum vemos a nuestros Fernández aquejados de una mutación cromática de la cabellera, además del crecimiento anárquico de la misma, lo que les da un aspecto de mamuts perdidos en el siglo XX.
Y, por si fuera poco, su enfermedad les hace sufrir una recaída a miles de kilómetros de la Tierra, poco antes de aterrizar en la Luna. Para colmo de males, en el país de los Pícaros los dos valientes detectives escapan por los pelos de ser ejecutados.
Si andas buscando una antología de malentendidos, abre El templo del Sol. Cuando buscan a Tintín, Tornasol y Haddock, desaparecidos en Perú, los Fernández dan prácticamente la vuelta al mundo para encontrarlos. ¿Su secreto? Malinterpretar los indicios de que disponen. Ver un espejismo no les basta. En las aventuras de Tintín en el país del oro negro, se tiran de cabeza en el siguiente. Y cuando, a fuerza de meteduras de pata, creen advertir un espejismo, es la triste realidad la que se desploma sobre sus cabezas.
¿Qué no son valientes, los Fernández? ¿Quién se atrevería a decir tal cosa recordando las escenas de riesgo vividas por ellos en 20 álbumes? Si van a la Luna es porque se quedan dormidos en el cohete espacial. Si baten el récord de velocidad en la bajada de escaleras es porque resbalan en el primer escalón. Si realizan acrobacias aéreas es porque olvidan abrocharse el cinturón de seguridad.
Pocos son los personajes de historietas que crean expresiones llamadas a pasar al lenguaje común.
Los Fernández son, en este terreno, generosos orfebres: «Es mi opinión, y la comparto»; « Eso es... Este individuo nos ha explicado y le exigimos un insulto.»; «Eso, ver, oír y cantar. Es nuestra divisa.»
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